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A principios de agosto de 1945, Estados Unidos lanzaba dos bombas nucleares sobre territorio japonés, concretamente en las hoy tristemente célebres ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El ataque se debió a las represalias que los norteamericanos tomaron después de ser atacados en su base pacífica de Pearl Harbor, años antes. Aquel ataque supuso la entrada del ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, mientras que el de las bombas de Hiroshima y Nagasaki provocó la claudicación de los japoneses y el “fin” del conflicto armado más duro de toda la centuria. Japón, en aquellos tiempos, era un país que empezaba a salir casi de su etapa feudal, y estaba en pleno crecimiento. La devastación que provocaron las bombas devolvió al país a un estado de crisis perpetua en los años posteriores, donde la gente apenas tenía qué comer y el trabajo era realmente escaso.

En ese contexto histórico, el director Kenji Mizoguchi centra su mirada en un oficio realmente peculiar, especialmente para el cine de la época: la prostitución. En su famosa película, La Calle de la Vergüenza, el cineasta decide mostrar la realidad de cinco prostitutas en un burdel del barrio rojo de Tokio, que a duras penas pueden sobrevivir en la era de la posguerra. Mientras tanto, los jefes y políticos están debatiendo sobre una ley para ilegalizar la propia prostitución, algo que las dejaría aún más tocadas. El buen  hacer de Mizoguchi tras la cámara nos invita a zambullirnos en un drama que tiene mucho de histórico y de social, pero también de humano. Porque no es solo la historia de las prostitutas lo que importa, sino también todo ese mundo que orbita en torno a ellas. Las decisiones de los poderosos, su hipocresía al tratar de hacerlas invisibles mientras recurren a sus servicios, la situación catastrófica de un país que debe resarcirse de un ataque brutal… Todo ello converge en una de las películas más aplaudidas y veneradas del cine japonés.

Sobre Kenji Mizoguchi

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Kenji Mizoguchi nació a finales del siglo XIX en Tokio y se convirtió en uno de los más destacados cineastas nipones de la primera mitad del siglo XX. Junto otros compañeros, como Ozu o Kurosawa, se le sitúa como el impulsor del cine japonés en occidente, ya que muchas de sus películas lograron una gran acogida especialmente en Europa. Algunas de sus obras más importantes, de hecho, tuvieron gran éxito en el Festival de Venecia. El Intendente Sansho, Cuentos de la Luna Pálida o O-hara, la mujer galante, logrando hacer sonar su nombre entre los cinéfilos de todo el mundo, especialmente en la década de los 50. Con una obra vasta, de más de cien películas en menos de cuarenta años como realizador, Mizoguchi murió en 1956 meses después de estrenar La Calle de la Vergüenza, que se convirtió en su particular despedida del cine, como siempre, con la mirada centrada en lo femenino.

Sinopsis de La Calle de la Vergüenza

La película nos cuenta la historia de cinco prostitutas que trabajan en un burdel conocido como Dreamland, en el distrito de Yoshiwara, algo así como el Barrio Rojo de Tokio. La acción se sitúa en la posguerra, momento en el que el país estaba pasando por todo tipo de dificultades y calamidades. En medio de ese ambiente, el gobierno está debatiendo si penalizar y prohibir la prostitución, lo que obviamente, afectaría de manera directa a las chicas que trabajan en este burdel. A través de las historias de estas prostitutas, pero también de sus clientes, el director realiza un retrato curioso pero cien por cien fidedigno del Japón de la época, con sus luces y sus sombras, en un juego fascinante de claroscuros en el que no podemos evitar empatizar con muchos personajes.

Análisis de la obra

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Kenji Mizoguchi siempre ha sido considerado como un director especialmente interesado en lo femenino. Especialmente en la parte final de su trayectoria, el japonés realizó varias películas que se centraban precisamente en contar historias sobre mujeres, algunas poderosas, otras humildes, pero todas ellas con una mirada especial. Cómo su país trataba a esas mujeres, como las había relegado a un segundo plano, y cómo ellas cargaban siempre con la responsabilidad de sacar a todos adelante, especialmente en las épocas más duras. Así se ve también en La Calle de la Vergüenza, donde el trabajo de las chicas, lejos de servir para crear polémica o levantar morbo, se nos muestra de manera crudo, como una obligación para ellas. La mayoría de estas chicas han llegado a la prostitución por no tener otro trabajo que realizar, y para no morirse de hambre. Todas batallan con sus propios demonios y con los prejuicios de una sociedad que ni las entiende ni quiere tenerlas cerca… salvo cuando llega la hora del sexo.

Porque La Calle de la Vergüenza no habla solo sobre esas mujeres que deben verse obligadas a prostituirse por las circunstancias que las rodean, sino de quienes quieren privarlas de ese último clavo ardiente. Los políticos, los hombres de negocios que incluso a veces las visitan, pero que de cara a la galería se oponen a su trabajo, por considerarlo obsceno y pecaminoso. La típica hipocresía que todavía hoy, más de medio siglo después, siguen sufriendo las trabajadoras sexuales, y que aquí se muestra cruda, pero también con una mirada tierna hacia ellas. Mizoguchi logra hacernos empatizar con sus historias, ponernos en su lugar y entender sus motivaciones, sus miedos, sus ganas de sobrevivir cueste lo que cueste. Primorosamente realizada y con una banda sonora cuanto menos curiosa, la película se considera hoy en día como un clásico de culto del cine japonés.

Recibimiento por parte del público y la crítica

En el momento de lanzar este filme, Mizoguchi ya tenía bastante fama en Europa, donde había estrenado varias películas anteriormente. Con La Calle de la Vergüenza volvió al Festival de Venecia, el lugar donde más éxitos había cosechado fuera de Japón, y la película estuvo nominada en la sección oficial a Mejor Largometraje, aunque finalmente no se llevó el premio. Sin embargo, los críticos aplaudieron el acercamiento de Mizoguchi a la prostitución de una manera sensible, pero a la vez desgarradora. El público supo apreciarlo, sobre todo en los círculos más cinéfilos, y con el tiempo la película se ha convertido en una referencia absoluto dentro del cine japonés más realista y social. De hecho, es considerada hoy por hoy como una de las mejores películas de prostitución que jamás se hayan rodado.